Cartas desde Copenhague.
Las míticas hogueras de San Juan plantadas a lo largo y ancho de toda la costa occidental europea, son el chupinazo que inaugura la etapa estival. Con un poco de suerte, en Galicia, una vez pasado el 40 de mayo, podemos decir alto y claro: adiós saio, hola verano.
Desde que la pandemia normalizó el trabajo en remoto, he ido estirando poco a poco el número de días que trabajo desde España. Mis amigos en Copenhague no entienden por qué quiero irme en lo que vienen siendo los dos mejores meses de todo el año en Dinamarca.
Algo de razón llevan. Tras meses de frío e interminables horas de tinieblas invernales, el verano danés es un necesario y bien recibido respiro bañado de luz; un breve oasis de noches blancas, espíritus livianos y, si el tiempo lo permite, aglomeraciones en la playa de la capital. La ciudad entera se transfroma. El aire huele a barbacoa y el canal se llena de embarcaciones privadas y públicas que turistas y locales pueden alquilar para navegar sobre la preciosa arteria salada que atraviesa la ciudad. Sin duda, una de las piscinas naturales con mejores vistas de toda Europa.
Sin embargo, por mucho que cambie el ambiente y la ciudad en los dos meses que dura el verano escandinavo, para mí no hay nada como pasar estos días en casa. En Galicia, el verano huele a verbena, polvo a feira y romería. ¡Solo en nuestra comunidad se dan más de 3000 fiestas locales en menos de dos meses! Las verbenas gallegas no son cualquier cosa; tienen una magia especial. Además de estar acompañadas de espléndidos manjares y bañadas de mejores caldos, lo que más disfruto en estas celebraciones es la capacidad que tiene una orquesta para aunar a todas las generaciones del pueblo frente a un palco, eliminando -o haciendo olvidar- por unas horas las artrosis más resistentes. Son momentos en los que se hace más cierto que nunca el dicho “la edad es solo un número”. Así, entre pueblo y pueblo, vamos acumulando pasodobles, volviendo loco al mismísimo Apple Watch, que a duras penas nos sigue el ritmo.
Es fascinante la facilidad con la que concatenamos las verbenas. Nunca dejará de sorprenderme la capacidad de recuperación que poseemos para hacerlo. Los daneses tampoco se explican cómo podemos festejar hasta altas horas de la madrugada y levantarnos temprano al día siguiente para ir a trabajar. Claro que ellos practican un concepto de “tomar una copa” un tanto distinto al nuestro. Puede que la gran diferencia radique en que nuestro objetivo no es ver quién llega antes al coma etílico cuando descorchamos la primera botella de vino. En el sur de Europa, no tenemos necesidad de ingerir alcohol para ser más sociables. Lo somos por naturaleza; nuestra predisposición a la improvisación y a pasar un buen rato son los ingredientes principales de una buena xuntanza.
A pesar de que ellos también son muy dados a los festejos, los reducidos grupúsculos sociales daneses no dan pie a la algarabía que montamos en este país cuando llega el momento de celebrar. Con o sin alcohol de por medio. Por tanto, a pesar de que echo de menos Copenhague, cuando llega el verano, doy gracias a mi jefe y a Internet por hacer posible que trabaje en la distancia, permitiéndome disfrutar varias semanas seguidas del calor humano y veraniego en tierras ourensanas.
Desde aquí, rodeada de lo que es familiar y de acentos propios y extranjeros, como hacía Dorothy en el Mago de Oz, puedo confirmar y confirmo: “There’s no place like home”.
Raquel Sertaje