Un 28 de Septiembre de 2015, con 36 años a las espaldas, y 15 de emigrante, abres un periódico nacional de cuyo nombre no quiero acordarme y ves que de pronto el país que durante todo este tiempo habías dado por hecho, está cambiando hacia algo casi irreconocible.

 

Quizás dar algo como un país por echo en estos tiempos inciertos es todo un atrevimiento. Sobre todo cuando hablamos de España. Sin embargo, ilusa de mi, pensaba que era un lujo del que, de golpe y porrazo, hoy carezco.

Hoy me desperté ante unas portadas periodísticas que me hacen reflexionar sobre la materia más compleja de toda ciencia, y más, de la ciencia política: la cuestión de la identidad. Hoy soy consciente de cúanto pesa la cuestión del ser. De todo menos leve. Hoy me veo en cierto modo empujada a cuestionar cuán española me siento, cómo se mide esto, cómo se soluciona lo de seguir siéndolo sin una parte importante que nunca sentí como ajena: Pero sobre todo, hoy me pregunto cómo y a quíen le pido responsabilidades por ese nuevo estatus de ciudadana con un conflicto sin razón de ser.

Pensaba sin miedo a equivocarme -hoy realizado- , que en nuestro país se hablaba de autodeterminación desde un tono acalorado, pero consensual, como debatimos casi todo. Pero nuestra historia -y quizás carácter-, pocos amigos ambos de la estabilidad, nos obligan a medir las fuerzas de nuestra resistencia como pueblo e individuos, imponiéndonos una modernidad acelerada sin miramientos de paciencia ni concesiones ilustradas.

Es sabido que los nacionalismos exacerbados solo han traído penuarias a los pueblos que los profesan. Sin embargo, la Península Ibérica, tan dada a plantar cara a los desafíos y hacier oídos sordos de advertencias, sale de nuevo a palestra con su afán de inventarse a si misma una y otra vez. Esta vez, España debe de ser más racional que nunca, demostrar que podemos superar un debate al que cientos de naciones antes que nosotros se han asomado, y demostrar que no carecemos de recursos para encontrrar soluciones satisfactorias.

Esto es un toque de queda a nuestro gobierno estatal. Una petición de madurez de mirar hacia adelante, escuchando a todas las partes y practicando democracia y diálogo. Atrás quedó nuestra juventud como país novato en ciertas prácticas parlamentarias. Demostremos estar a la altura de la petición de un pueblo. Sepamos llevar a buen puerto un viaje fascinante a través de siglos de una historia apasionante. Demos ejemplo a otros que hoy luchan por su libertad a través de medios menos acertados.

Pero ante todo, seamos hermanos.

Raquel Sertaje