Cartas desde Copenhague
Entre indecisa y perezosa, llevaba varios días preparando este artículo. Ayer vi The Substance de Coralie Fargeat y escuché las opiniones de Javier Bardem sobre la situación actual del mundo. Entonces decidí que debía cambiar de tema. No estaba del todo convencida, porque creo que es necesario desengancharse de vez en cuando del ruido mediático, ese que se esfuerza constantemente en lanzar mensajes apocalípticos. Sí, creo que es fundamental gestionar de forma sabia y consciente el uso de las pantallas y retomar contacto con nuestro entorno inmediato. Pero claro, entre la adicción y la asimilación pasiva de toda la información que consumimos sin cuestionar, y la apatía que lleva a retiros tántricos en bosques apartados, está el terreno que no podemos permitirnos dejar de cultivar, y que no deberíamos perder de vista: la vida real.
La vida real… Curioso. Caigo presa de la misma incredulidad que Keanu Reeves cuando, en una cena con amigos, le explica la trama de The Matrix a una adolescente de 17 años para quien la búsqueda de Neo resulta insignificante, ya que no hay dilema ni drama en vivir en un mundo digital. ¿Por qué querría nadie descubrir qué es la realidad? Querido Keanu… Así estamos. Pero no desde Matrix. La cuestión se remonta a Platón y sus antepasados, por lo que ni tú ni yo vamos a descubrir el Santo Grial ni la piedra angular de nuestra existencia en la Tierra. Pero, claro, podemos intentarlo.
No es que antes fuera más fácil, pero hoy la realidad es un tema complejo de asimilar. Si no te vacunas con disociación, no hay manera de sobrevivir. Me atrevo a decir que somos la primera generación de humanos que asimila paradojas a velocidades nunca antes alcanzadas. Sin ir más lejos, la semana pasada un cliente nos explicaba cómo su compañía estaba completamente comprometida con crecer de forma sostenible, con el menor impacto o huella medioambiental posible. Pero resulta que acababa de volar 4000 kilómetros para llegar a Copenhague, y en tres horas cogería otro avión a Francia, y al día siguiente, otro a España. ¿Es esto estar comprometidos con la sostenibilidad? Obviamente, gracias a su tarjeta de presentación digital que, con un toquecito en tu iPhone, transfería sus datos sin necesidad de imprimir papel. ¿Me sigues? Efectivamente, amiga: disociación y asimilación del concepto, pero no de las acciones necesarias para darle un giro a las cosas.
Creo que estamos viviendo un momento en el que es más heroico que nunca establecer nuestros propios códigos éticos y de conducta. Es más heroico resistir la tentación de pasar dos horas seguidas deslizando imágenes en una pantalla, que generan una sensación de proximidad mientras nos aíslan en una percepción de la realidad hecha a medida. Es más heroico que nunca cuestionar antes de opinar. Darnos ese tiempo, porque nada tiene que ser inmediato. Podemos decidir el ritmo al que queremos vivir sin dejarnos arrastrar por la tendencia del momento. Podemos aceptar que hay cosas que no podemos cambiar, y aun así no dejar de lado la responsabilidad ética de ponernos del lado de la humanidad ante los horrores de los que somos testigos a diario.
Nunca antes habíamos estado frente a una tecnología que pudiéramos llevar en el bolsillo, y que, a todas luces, está muy por delante de nuestras capacidades para llevar a cabo acciones sin tener que acarrear sus consecuencias. Con un ligero toque de nuestro índice, estamos en un mundo digital que nos sitúa aquí y en todas partes, todo al mismo tiempo, como en el desquiciado universo de Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Nuestro problema y salvación son las consecuencias. Mantengamos, hasta que seamos capaces, este norte.